Vitaliano Brancati fue el escritor siciliano que dio a la narrativa tradicional un giro satírico y grotesco. Utilizando como fondo la realidad siciliana, un modelo para él de la Italia fascista, forjó algunos personajes masculinos que encarnan diversas formas de lo ilusoriamente viril: el conversador de bar, los dormidores de siestas, el impotente.
A pesar de que vivió muchos años en Roma, Vitaliano Brancati estuvo siempre estrechamente ligado a las gentes y a la sociedad de Catania. Su obra no puede entenderse si no se tiene en cuenta este fuerte vínculo. Forma parte de una familia de escritores cataneses que puede presumir de contar con figuras clásicas de primer orden como Verga y De Roberto, escritores que reencontraron el sentido y la esencia de su tierra desde la distancia, cuando vivían bajo otros cielos, entre gentes distintas.
Vitaliano Brancati nace en Pachino (Siracusa) en 1907 y transcurre su infancia en varios centros de la Sicilia suroriental donde su padre, funcionario del gobierno civil, presta servicio. Su familia se establece en Catania en 1920 y Vitaliano Brancanti seguirá las clases del instituto y entrará en la Facultad de Letras. Durante muchos años ejerció la docencia en institutos de Catania, y después en Roma.
Publica sus primeros versos en el diario de Catania «Il Giornale dell’Isola». También son versos los que envía, para que le dé su valiosa opinión, a Gabriele d’Annunzio, que había vuelto de su campaña de Fiume, y estaba confinado en su residencia del lago de Garda que se convertirá en el «Vittoriale degli Italiani».Se afilia al Partido nacional fascista y funda en Catania la revista «Ebe», siguiendo las huellas de d’Annunzio.
Hacia 1928 concluye el poema Hedor: «sus páginas» dirá «están numeradas con los días de mi adolescencia». Se lo dedica a Giuseppe Antonio Borgese, intelectual siciliano de ideología liberal y antifascista. Un año después se licencia con una tesis sobre Federico De Roberto. En el periódico romano «Il Tevere», dirigido por el siciliano Telesio Interlandi, empieza a publicar cuentos. Con el inicio de la decada del 30 debuta como autor en el teatro. Se trata de un «mito» sobre la figura del «jefe» que exalta a Mussolini. Con la dirección de Stefano Pirandello la obra se estrena en Roma y conoce a Borgese.
En 1931 con el Duce en el poder Brancati es recibido en el palacio Venecia de Roma y justo un año después publica su primera novela, El amigo vencedor, dedicada a Interlandi, y su drama Piave que, editado por Mondadori, se representa en el Teatro Valle de Roma bajo la dirección de Anton Giulio Bragaglia. Se muda a Roma donde desempeña la función de jefe de redacción del semanal ilustrado «Quadrivio». Más tarde publica con Mondadori la novela Singular, aventura de viaje donde aparecen las primeras desavenencias hacia el Fascismo. Precisamente en «Quadrivio» aparece una recensión negativa de la obra que es retirada de las librerías. Sus narraciones breves siguen saliendo en varios periódicos. Hacia 1936 tras una larga estancia en Sicilia, vuelve a Roma. Es decisivo el encuentro con fascistas de peso como Mino Maccari y Leo Longanesi. Este último, que le pide que colabore con él en su semanal, «Omnibus», le sugiere que se dedique a la sátira, y precisamente será en este género en el que destacará.
Brancati vuelve a Sicilia en 1937 para dedicarse a la enseñanza (en Caltanissetta, en un Instituto de Magisterio), pero su alejamiento de Roma marca también las distancias de los ambientes fascistas de la Capital. Es significativo, a este propósito, el cuento El aburrimiento.
Con la obtención de la plaza de magisterio en Catania comienza su etapa más prolífica con dos cuentos, y dos novelas: Sueño de un vals y Los años perdidos, mientras para el teatro compone la comedia Esta boda hay que celebrarla. En 1929 publica un volumen con cuentos que habían aparecido anteriormente de forma separada y colabora con el semanal «Oggi» con una sección de aforismos (Diario sobre los Ricos y sobre los Pobres). En Zafferana Etnea, pueblo donde veranea su familia, compone Don Juan en Sicilia que edita Rizzoli un año más tarde.
Con la editorial Bompiani Brancati publica una antología de escritos de Leopardi. La comedia Las trompetas de Eustaquio (sátira de un espía fascista) se representa en Roma, interpretada por Giulietta Masina. Durante las pruebas conoce a Anna Proclemer de la que se enamora locamente.
Traduce a Chateaubriand para la antología de las Mémoirs d’outretombe que sale en Rizzoli. Se estrena en el cine como guionista colaborando en Obsesión del gran Visconti.
En 1943 la comedia Don Juan involuntario, representada en Roma bajo la dirección de Bragaglia y con la interpretación de Anna Proclemer, es suspendida a los pocos días de estrenarse por una escuadra de grupos universitarios fascistas. Vuelve a Sicilia, poco antes del desembarco angloamericano. Publica en Bompiani Los placeres (palabras al oído). Son de este año los arreglos de Enrique IV (de Luigi Pirandello) y ¡Silencio, se rueda! (de Cesare Zavattini). Compone en 1944 El Viejo con botas, extenso cuento que en 1948 se convertirá en película (Años difíciles) dirigido por Luigi Zampa.
Coincidiendo con el fin de la guerra vuelve a encontrar en Catania a Anna Proclemer con la que se casará el 22 de julio de 1946 y establecerán su residencia en Roma. Recoge en un volumen sus últimas narraciones breves, empezando por El Viejo con botas; escribe la comedia Rafael y la novela breve Cuatro aventuras de Tobaico. En la recién creada editorial Longanesi publica Los Fascistas se hacen viejos. Colabora con «L’Europeo» e «Il Tempo», mientras para el cine escribe el guión de Fatalidad para la dirección de Gino Bianchi.
En 1947 Brancati inaugura en el «Il Tempo», Diario romano, la sección de reflexión política en la que denuncia el conformismo de todas las ideologías políticas. Nace su hija Antonia. Viaja a Nápoles para visitar a Benedetto Croce y vive con fervor el ambiente literario de la Capital manteniendo estrechas relaciones con Moravia, Flaiano, Cardarelli, Patti, De Feo, Pannunzio, Vespignani, Penna, Talarico. Colabora con el «Politecnico». En 1948 escribe El guapo Antonio publicado el año siguiente por Bompiani con el que gana en 1950 el premio Bargutta.
Publica en el «Mondo» la comedia Una mujer de casa. Escribe la farsa musical El tenor derrotado, es decir, la presunción castigada, representada en el Teatro Eliseo de Roma con músicas de Tommasini. Colabora en los guiones de Es más fácil que un camello… , de Luigi Zampa, y La yedra de Augusto Genina.
Tras años de permisos y años sabáticos, Vitaliano deja la enseñanza en 1951. Escribe el drama La gobernanta y colabora en el guión de Guardias y ladrones, de Mario Monicelli, y Signori, in carrozza! de Luigi Zampa.
Curiosamente en 1952 la representación de La gobernanta es prohibida por la censura. Rechazado por Bompiani y por Einaudi, el drama sale publicado en Laterza junto con Vuelta a la censura, el panfleto en el que denuncia el «aire de sacristía que invade Italia». Con su mujer traduce El amor de los cuatro coroneles de Peter Ustinov. Imparte dos importantes conferencias: en París, Las dos dictaduras (publicada en un opúsculo) en defensa de la libertad de la cultura y en Florencia, con la presencia de Salvemini y Calamandrei, sobre el espinoso problema de la censura. Empieza a escribir Pablo el ardiente, que formará parte de la trilogía Los sicilianos. Escribe el argumento de Tres historias prohibidas para Genina y colabora en el guión de Tiempos pasados, La llamarada (Blasetti), y Dónde está la libertad (Rossellini).
Prosigue con la escritura de Pablo el ardiente, pero se dedica con más intensidad al cine. Escribe el guión de Años fáciles (Zampa) y Viaje a Italia (Rossellini) mientras colabora con los guiones de Esta es la vida (Zampa), El hombre, la bestia y la virtud (Steno), y Vacaciones de amor (Le Chanois). Anna Proclemer abandona el lecho conyugal.
Escribe el tema y el guión de L’arte di arrangiarsi (Zampa) y el guión de Orient Express (Carlo Ludovico Bragaglia). Muere en una operación quirúrgica para extirparle un quiste dermoide.
La muerte lo alcanzó mientras redactaba Pablo el caliente (Paolo il caldo), que se publicó póstumamente en 1955, con prefacio de Moravia. También póstumamente en 1957 apareció el volumen que contiene toda su obra teatral.
Brancati ocupa un lugar preeminente en la literatura italiana del siglo XX. Fue uno de los pocos escritores de su generación (Landolfi, Vittorini, Moravia, Piovene) que alcanzaron un decoro y una compostura de orden clásico. La disciplina, las lecturas contrarias a la vertiente fácil de su naturaleza literaria siciliana (sin olvidar la que se puede considerar clave, la lectura continuada de la obra de Jules Renard) le llevaron a contener en unos pocos temas el producto de la imaginación y a buscar la verdad a través de la compleja y delicada red de la ironía e incluso, en algún caso, de la sátira.
El hombre siciliano (es decir, el varón frente a las mujeres), el clima político y la vida provinciana parecen los eternos motivos de su fantasía. Y quizás lo fueran, pero no se debe olvidar su función de filtro, su razón crítica. Tras unos primeros intentos, de más amplios horizontes y aparentemente más libres, Brancati comprendió que su camino era otro, que su verdadero mundo era el que le ofrecía Catania. Sólo tenía que leerlo desde otra perspectiva, interpretarlo desde lejos. Debía aceptarlo como símbolo, como ejemplo susceptible de ser ampliado.
Si se hubiera quedado atrapado en la mera descripción del acento y la pose de aquellas gentes, no hubiera sido más que un minúsculo e insignificante inventor de frágiles caricaturas. Pero su objetivo era bien distinto y su ambiciones mucho mayores. Brancati pretendía, sin salirse del reducido ámbito de la vida de provincias, penetrar el sentido del hombre, mostrar las escasas premisas de una ley eterna y universal, una ley que va más allá de la geografía. Creyó que a la ironía y a la sátira debía unir la melancolía e incluso la tristeza.
Este sentimiento sincero del autor es el contrapunto de la ironía. Sería un error crítico dejar de lado este equilibrio conseguido no sin esfuerzo. Brancati resolvió su problema intentando establecer un equilibrio cada vez más firme entre sus cualidades naturales y la inteligencia crítica, entre el impulso y la capacidad de meditación y corrección. Una parte de la crítica opina que el Brancati de los últimos años pecó de un exceso de seriedad, lo cual pudo ir en detrimento de su vertiente imaginativa, pero lo cierto es que para él hubiera sido más fácil inclinarse hacia una fantasía rica y barroca, y sin embargo, no lo hizo. Y ésta es la prueba fehaciente de su voluntad de construcción, de la necesidad que sentía de dar a sus invenciones un talante de verdad cotidiana, de su resuelta intención de huir de lo anecdótico para tocar definitivamente la imagen de la realidad.