El escritor siciliano Leonardo Sciascia es probablemente uno de los autores más incomprendidos. Casado con nadie en el ámbito político, al menos en lo que concierne a su actitud siempre crítica e independiente, su resiliencia siempre fue entendida como una ofensa para todos aquellos a los que interpeló.
Siempre atento a señalar en sus libros la corrupción, la mafia o las desigualdades, no fue una excepción el Libro ‘El caballero y la muerte’.
Sinopsis El caballero y la muerte
Ante un escenario en el que el ‘Vice‘, (apodado así por su cargo de vice comisario de policía), mira el cuadro de Durero “El caballero, la muerte y el diablo”, Sciascia construye una novela policiaca en la que las reflexiones de su protagonista tienen gran peso a lo largo del libro.
Sabedor de que la muerte no solo le acecha, si no que prácticamente le está llevando junto a Caronte -a causa de un cáncer terminal-, el Vice tiene que lidiar con un asesinato que parece obedecer a motivaciones políticas.
Un grupo terrorista denominado «los Hijos del 89″, en alusión a la Revolución francesa reivindica la autoría, pero como todo lo que ocurría en una Italia de posguerra, las máscaras cubren rostros más conocidos de lo esperado.
El Libro ‘El caballero y la muerte’ es una historia de un perdedor, de alguien que sabe que aún estando en un puesto de administración de la justicia, sus manos están atadas frente al cinismo de los intereses políticos y económicos.
La muerte, como en el cuadro de Durero, galopa lentamente junto al protagonista, con una mirada pertinaz que no lo abandona nunca. La atmósfera con la que Sciascia logra teñir de grises el libro es la historia de una Italia que le desencantó, lastrada por el sueño de la liberación del 45 frente a las tropas alemanas que nunca llegó a despegar las alas frente a los intereses partidistas.
Todo en el asesinato parece estar destinado a confundir, como si fue una conjura teatral en la que el único que no sabe que es actor es el propio protagonista. La importancia de la persona que apretó el gatillo pierde importancia en detrimento de una culpabilidad compartida en sociedades que se corrompen y miran hacia otro lado, siendo verdaderos cómplices.
Podría parecer que Sciascia expresa el fatalismo del policía como una extensión de su derrota personal, como si alter ego se hubiese colado entre las páginas. Y pese a ello, esa capacidad para no rendirse -quizá motivada porque es la última lucha que podrá llevar a cabo- es la que debe servir de ejemplo para el optimismo.
En ‘El caballero y la muerte’ hay una atemporalidad que permite leer el libro con distancia pero con la cercanía de que esos tiempos no pasan nunca, y regresan de forma cíclica -o incluso pero aún, continuada-, para no dejar avanzar el bien común. Por eso el viaje del Vice es siempre un camino recto, sin retorno, sin dobleces ni apariencias, en el que no hay que hacer fintas para esquivar la verdad.
Cuando el lector cierre el libro haría bien en regresar al cuadro de Durero para leer entre líneas, para interpretar los detalles del maestro de Nüremberg que ya allá por el siglo XVI plasmó en su obra los peligros no visibles del ser humano.